Son adultos que están cansados de la autoayuda facilona, de los artículos con “10 trucos para subir la autoestima” y las promesas de una felicidad tan fácil como hueca.
Están dispuestos a asumir riesgos emocionales; ya han aprendido que para poder disfrutar de lo realmente bueno que la vida trae, que es formidable, uno tiene que exponerse a vivir también dolorosas pérdidas y decepciones.
Se van comprendiendo a sí mismos, su carácter y los lugares comunes de sus vidas. La sensación que puedan tener de absurdo o de callejón sin salida (lo que con frecuencia se experimenta con ansiedad) va desapareciendo en los primeros pasos de la terapia.
Están listos para ser honestos consigo mismos, para poner toda la carne en el asador y perseverar para lograr una buena vida, una vida más llena, amorosa y consciente.
Se desenredan y encuentran en sí mismos la fuerza, la claridad y la dirección para actuar y resolver sus conflictos.
Viven un proceso de actualización, una puesta al día emocional-existencial. Las emociones que necesitaron ocultar, que les desbordaron o que ignoraron, vuelven a tener su lugar y a prestar sus servicios tan necesarios en el presente.
Afrontan el dolor de sus vidas, que poco a poco deja de doler. Deja de ser esa oscuridad interior que les atemoriza y de la que huyen. La transforman en bagaje que da sentido a lo que son, y que aporta sabiduría y coraje.